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sábado, 13 de noviembre de 2010

ALEPH: Nürnberg y Guatemala (II)



Carolina Escobar SartiEl genocidio alemán y el genocidio guatemalteco se cruzan en varios puntos, pero difieren en uno principal, que es el que a nuestro país le interesa particularmente: en Alemania se hizo justicia gracias a aquel histórico Juicio de Nürnberg, celebrado al término de la Segunda Guerra Mundial, entre 1945 y 1946, mientras que en Guatemala el genocidio vivido hace décadas continúa impune.

Por lo demás, y sin querer entrar en consideraciones particulares que nos llevarían a honduras mayores sobre las tramas narrativas que sustentan el olvido y la violencia, continuamos este ejercicio que busca esencialmente considerar un hecho histórico que se imbrica en otro, a pesar de corresponder a dos países y tiempos tan distintos.

Uno de los puntos comunes a ambos genocidios es que ninguno de los dos fue un arrebato, ni un proyecto espontáneo, ni una excepcionalidad de nuestra historia contemporánea; ambos son herederos de prácticas genocidas preestatales y coloniales y fueron minuciosa y estratégicamente preparados, constituyéndose en lo que Daniel Feierstein llama “ejemplos de peculiares tecnologías del poder”.

En el caso alemán, todo inicia desde 1933, cuando el partido de Hitler se fortalece y Alemania decide retirarse de la Conferencia de Desarme. Un año después inicia el proceso de rearme, se establece la Ley de Servicio Militar Obligatorio, y el Führer se lanza con eufemismos tales como “los alemanes son amantes de la paz”, mientras aplasta militarmente a Checoslovaquia, Polonia, Noruega, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Yugoeslavia. La “solución final” fue parte de una estrategia meticulosamente articulada por varios de los veinte hombres que fueron juzgados en el Juicio de Nürnberg, alrededor de una frase pronunciada, casi desde el inicio, por su caudillo: “Hoy Alemania, mañana el mundo, y ya es mañana”.

Por su parte, la estrategia de tierra arrasada en Guatemala no fue tampoco “solo” una práctica de aniquilamiento de un colectivo humano. Como en el caso alemán, el genocidio guatemalteco generó, posteriormente, la reorganización de las relaciones sociales en nuestro país, a través de haber implementado el terror, la división de la población guatemalteca, el hostigamiento constante, el aislamiento, la construcción de una otredad negativa, la nueva representación de lo simbólico y lo sagrado, y el debilitamiento sistemático. Se listaron meticulosamente los que serían asesinados, se quemaron las viviendas y la tierra en territorios elegidos estratégicamente, se mató primero a los hombres y luego a mujeres, niños y niñas, se violaron las mujeres del “enemigo”, se abrieron los vientres de las embarazadas, se dividió a los hermanos en buenos y malos, se dio en adopción a los hijos e hijas del “malo”, se asesinaron y desaparecieron líderes, se sembraron nuevos templos. ¿Eso no es todo parte de una estrategia macabra?

En ambos casos de genocidio, la exterminación sistemática se evidenció en los miles de cuerpos que terminaron en fosas comunes, y los crímenes se cometieron, principalmente, contra la población civil. Ese nivel de perversidad requiere de una planificación meticulosa. Esto queda bien retratado en las frases que dijeran dos de los hombres juzgados en Nürnberg: “Se trata de la destrucción de su concepción del mundo, por lo tanto apruebo estas medidas y las apoyo”, y “La vida humana no tiene valor”.

Frente a nuestra imperiosa necesidad de no repetirnos, hemos de pensar en quebrar la impunidad por la mitad y en transformar nuestros procesos de construcción identitaria, siempre pensando en nuestra responsabilidad como seres sociales. Por ello, retomo las palabras finales del Juicio de Nürnberg: “Este juicio es parte del gran esfuerzo para asegurar la paz. Constituye una acción jurídica del tipo que asegura que los que empiezan una guerra pagarán personalmente por ella. Nürnberg queda como una advertencia para todos aquellos que planean y lanzan una guerra de agresión”.

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