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jueves, 11 de noviembre de 2010

ALEPH: Nürnberg y Guatemala (I)

Carolina Escobar Sarti


Este texto no busca constituirse en la apología de un grupo de países que se unieron en un momento crucial de la historia del mundo para liderar un juicio ejemplar; tampoco intenta realizar un profundo estudio de caso del Juicio de Nürnberg. Primero, porque esos países tendrían también que pasar o han pasado por el tamiz de la ley en algún momento de su historia y, segundo, porque la profundidad jurídica se la dejo a los profesionales del Derecho.

El único propósito de estos dos artículos, será el de recuperar un hecho histórico que se vivió hace 65 años en Alemania y que, hoy por hoy, tiene mucho que decirle a Guatemala. Para comenzar, habría que recordar que el Juicio de Nürnberg se inicia en noviembre de 1945, muy poco tiempo después del fin de la Segunda Guerra Mundial, y concluye apenas nueve meses más tarde. Menciono el tiempo como hecho relevante, porque la pronta aplicación de la justicia determinó, en mucho, el resultado final. Y digo “apenas”, porque en ese tribunal se juzgó y condenó a 20 hombres del más rancio nazismo por cargos como conspiración, crímenes contra la paz, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. En Guatemala, el genocidio se vivió hace casi 30 años y, sin embargo, la impunidad nos tiene aún las alas cortadas. 

Aquellos 20 hombres, al igual que los responsables del genocidio y la desaparición forzada en Guatemala, representan los símbolos de las conciencias perturbadas y la arrogante crueldad del poder. Por ello, el fiscal de los Estados Unidos, que es quien inicia entonces el proceso, se hace acompañar de estas palabras: “Los crímenes que buscamos castigar y condenar han sido tan calculados, tan maléficos y tan devastadores, que la Civilización no puede tolerar que se les ignoren, porque no puede soportar que se repitan”. Detener la mano de la venganza y someter a los capturados al juicio de la ley es uno de los grandes atributos que el poder le ha dado a la razón, señala este mismo fiscal. Sentencia implacable, sobre todo cuando consideramos que, allá como aquí, uno de los argumentos que esgrimieron y aún esgrimen los defensores de guerras, desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales y genocidios es que los familiares de las víctimas son unos resentidos que solo buscan venganza.

En Guatemala, el documental El Juicio de Nürnberg fue exhibido, hace pocas semanas, en varias salas de cine, tanto de la capital como en los departamentos. Después de haber sido parcialmente destruido hace décadas, la hija del productor original, Sandra Schulberg, la rescata y reconstruye en el 2009 con el apoyo de Steven Spielberg, entre otros. Pero algo que me pareció realmente “memorable” e imitable es que luego de aquel histórico suceso que terminara en 1946, y antes de ser destruido, ese documental se pasó en todas las escuelas alemanas y toda la población tuvo que verlo para ponerle rostro al horror ejercido por el gobierno de Hitler, tanto en su territorio como fuera de él.

Otra de las cosas que cabe rescatar de este documental es que nunca estos caudillos van solos; siempre hay una cohorte de adoradores haciendo funcionar todos los engranajes. No fue un solo hombre el que escribió Mein Kampf (Mi Lucha) y luego bañó al mundo de sangre haciéndolo retroceder un siglo, provocando odios interraciales, obediencias incondicionales y estados de terror demenciales. Fue un sistema perverso que puso en el centro de todo a una guerra “noble y necesaria” y la alimentó de millones de cuerpos absurdamente aferrados a conceptos como patria y raza.

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