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sábado, 27 de noviembre de 2010

ALEPH: Habitar la ciudad


Carolina Escobar Sarti 
Ciudad es el lugar habitado, el punto de encuentro. Una ciudad que no puede ser caminada por sus habitantes no es ciudad. Si las calles no son nuestras no hay ciudad; si no podemos caminar en ellas porque el temor y la inseguridad lo impiden es que no tenemos una ciudad. 


Si no podemos recorrer los lugares que habitaron las generaciones anteriores para reconectar con ellos y hacer nuestra la ciudad desde sus referentes históricos, entonces no hay ciudad. Sin aceras por donde caminar ni áreas verdes para recrearnos o descansar, sin lugares donde platicar, no hay ciudad. La ciudad la hace la ciudadanía, no solo las calles y edificios. Si la ciudad no está pensada para las personas puede ser simple carretera, lugar de paso o edificación vacía; todo, menos ciudad.


Habitar una ciudad es recuperar los espacios públicos para la gente. Por ello es interesante lo que está sucediendo en el Centro Histórico durante estos últimos años, cómo se han recuperado los espacios para caminar, habitar, vivir, platicar, o simplemente para encontrarse. Cuando veo lo que es posible hacer en este sentido quisiera que sucedieran cosas parecidas en cada barrio, cada colonia, cada espacio urbano. En todas las zonas, sin exclusión. Arte y cultura en cada cuadra, en lugar de violencia. Que la gente se encuentre, se abrace, se salude, se sienta parte de algo.


Estuve, hace dos días, sentada por la noche en el remozado Pasaje Rubio de la sexta avenida de la zona 1, viendo una película que ganó el Oso de Oro de Berlín en el 2006: El secreto de Esma. Aproximadamente 150 personas fueron entrando y saliendo, y una gran mayoría de ellas se quedó a verla. La entrada fue gratuita, y el espacio, abierto, pero no por eso se pasó una película al estilo Hollywood. La trama nos remitió a la época del conflicto entre Bosnia y Serbia, con un argumento que daba para muchas reflexiones posteriores. El espacio había sido pedido por “Actoras de Cambio”, quienes se definen a sí mismas como una colectiva feminista que ha trabajado por la recuperación de la memoria histórica y la memoria corporal de las mujeres.


Luego de allí me fui a El Portalito, uno de los lugares obligados para quienes frecuentamos el centro de la ciudad. Me enteré de que ese lugar, que tiene las paredes impregnadas de historia, había sido visitado el día anterior por gente que nunca antes había puesto un pie en el centro de la ciudad; la mayoría, joven. “Ciudad Vintage” fue el evento que motivó este ejercicio de alteridad impensable en otras circunstancias. La convocatoria había sido un evento de modas, pero hubo también expresiones artísticas y de otra índole. Está muy fresca la experiencia, pero cabe celebrar que, por los motivos que impulsan a cada quien, salgamos de nuestros apartheids para habitar nuestra ciudad.


Horas antes, la marcha del Día de la No Violencia contra las Mujeres había confluido en la Plaza Central, enfrente del Palacio. La ciudad había albergado las voces, propuestas y denuncias de cientos de mujeres, por los vacíos en atención y justicia ante el problema de la violencia física, emocional, verbal o económica que viven millones de congéneres. La ciudad había sido espacio para nombrar, para hacer visible lo invisible, un espacio tomado desde lo político para ejercer plenamente la ciudadanía.


No es que sea nuevo que haya poesía, marchas, cine o lugares de encuentro en el centro, es que ahora hay más personas convergiendo en él porque tiene “olor a cuidado”. En esto hay que decir que la municipalidad capitalina ha hecho un buen trabajo. Hay festivales del Centro Histórico que congregan a una diversidad de artistas, hay películas en la calle y un Manifestarte en el Cerrito; hay actividades de barrio, exposiciones, conciertos, recorridos guiados sin costo alguno y pláticas en espacios recuperados. La gente se anima más a caminar por el centro; hay más seguridad, un mayor cuidado del espacio urbano, pensado para la gente. La ciudad es la casa grande donde podemos encontrarnos; de ahí que ocuparla sea nuestro derecho y nuestra posibilidad de salir al encuentro de lo diverso. ¿Qué más bastaría para habitarla?

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