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viernes, 19 de noviembre de 2010

ALEPH: Centroamérica: invisible

Carolina Escobar Sarti 
Hace pocas semanas, estuve en un evento internacional donde se habló de integración latinoamericana; se analizó, con bastante profundidad, cómo se relacAionaban entre sí los poderes económico, social y político de los países de la región. Se perfilaron, a grosso modo, los retos y posibilidades de las organizaciones sociales en ese contexto. Los dos gurús que iniciaron las presentaciones de una de las jornadas hablaron de aspectos importantísimos de integración regional. 


La pena fue que comenzaron por México, siguieron por Colombia y los demás países de América del Sur, y terminaron en Chile.

Luego, días después, me puse a leer un importante texto sobre el genocidio como práctica social, donde se mencionan desde el genocidio armenio hasta el de Ruanda, pasando por el nazi y el argentino, entre otros. En pocos libros se ha trabajado con tanta claridad y profundidad este tema. Sin embargo, en ninguna parte del texto aparece nada sobre el genocidio guatemalteco. Ahora, me encuentro en una reunión donde estamos reunidos representantes de México y Centroamérica. Tuve que dibujar un mapa de la región en una pizarra, porque constantemente, la gente del lugar que no está involucrada directamente con nuestro trabajo, me pregunta dónde quedan Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua. Algunos saben un poco más sobre Costa Rica y Panamá, pero si bien han escuchado los nombres de todos nuestros países alguna vez, no logran ubicarlos en ningún mapa.

Centroamérica está, generalmente, desdibujada en los imaginarios mundiales. Por obvias razones, todo el mundo localiza en su mapa mental a América del Norte y América del Sur, pero muchos creen que México se extiende hasta la frontera con Panamá. En la cartografía subjetiva del mundo, Centroamérica es prácticamente inexistente. Y cuando aparece, sucede generalmente de la mano de terremotos, huracanes, violencia, crimen organizado o pobreza. Me he preguntado si ni siquiera somos tan exóticos como para hacernos ver en el mapa de las naciones, o si es que nos ven con lástima —o nos vemos con lástima—, y aún no hemos sido capaces de levantarnos desde nuestra condición de países y de colectivo histórico. Lo cierto es que somos los extranjeros del mundo y no estamos en los mapas mentales de muchos, fuera de nuestra región.

Sin embargo, la “cintura de América”, con poco más de 43 millones de personas, es crucial para la definición de los órdenes actuales y futuros del continente latinoamericano. Las estrategias hemisféricas de seguridad dictadas desde el norte y asumidas en nuestra región, los acuerdos comerciales y políticos, el potencial que ofrece nuestra biodiversidad, la mezcla de estilos de desarrollo que incluyen a dos de los países con mayor desarrollo relativo de la región y a dos de los más pobres, una importante cantidad de población indígena —mayormente situada en Guatemala— y la transición de los conflictos a la normalidad política son nudos por donde se va desatando mucho del futuro continental.

No hay más de 500 mil km2 desde Petén, en Guatemala, hasta el Darién, en Panamá, pero nuestra región contiene siete Estados Nación y allí se localizan algunos de los cuerpos de agua dulce más grandes de todo el continente. Tenemos un sistema de integración regional más que cincuentenario y más o menos 40 colindancias transfronterizas marítimas y terrestres. Somos hermanos en la migración, y mucho más que narcotráfico, tormentas, violencia o crimen organizado. ¿Y somos invisibles?

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